Camino
rodeado de silencio en lo profundo del monte, por un lugar que fue habitado
hace muchos años y que aún hoy se ven las “huellas” del estar humano.
La
transformación del espacio en su día fue profunda; porque aún la vegetación, la
lluvia, el viento; incluso el fuego provocado, no han sido capaces de borrar
los vestigios de su paso: huertas en terrazas ocultas por las jaras, paredes
semiderruidas por la humedad y las zarzas, tejados caídos por la intemperie y
el fuego, atargeas ocultas en la pinocha, estanques sin agua, lavaderos sin
manos femeninas, era quebrantada por los pinos, frutales vencidos por la
maleza…..
La tarde se
hace plomiza color bruma y un pesar incierto casi puede conmigo. El sol se
deshace de la últimas nubes de la
tarde y en su irremediable bajada al horizonte, libera sus rayos , dándole luz
y calidez al todo. …¡¡¡Y lo veo!!!, como un faro en la costa que llama
poderosamente la atención de este naufrago perdido en el mar de sus
pensamientos; un arbusto grande, aislado, solitario, de hojas amarillentas y
sin embargo en floración, como una especie de milagro en el mes de diciembre.
Es un membrillero loco, con su propio código de superviviencia, después de que
la mano humana lo olvidara; sus
arrugas me dicen que aprendió a vivir en solitario, confundiendo las estaciones
del año, ofreciendo sus flores y sus frutos al mismo tiempo, dispersando su
perfume en la noche , aprendiendo el idioma del viento y de los pájaros.
El
membrillero
solo y
agostado
aún florece.