Se
activa mi imaginario existencial en el aquí y ahora, y me proyecto en otras
personas y formas que viven en mi mismo espacio-tiempo mientras intuyo la
semilla de mi ser futuro.
Lo descubro por un camino tortuoso y accidentado; de caminar
pausado, a la par del cansino andar de su viejo perro y en sus manos una lanza
de cabrero, como si pastoreara sueños.
Me reconozco de inmediato, como si me viera a mi mismo con el paso del tiempo;
sobre todo por su pelo largo y barbas blancas, etéreas como la niebla cuando el sol le da al
trasluz. A medida que se acerca, y ya en la corta distancia, me identifico con su
trasfondo infantil y con el toque de locura de su porte; un ser que aunque de este
mundo, tiene un pie en otra dimensión. Ojos soñadores como si hubieran visto ya
un trozo del paraíso, con una sonrisa eterna, tal vez sabedor de que se puede
ser feliz con casi nada, aceptándose – sin condiciones- a si mismo.
Camino
abajo,
un
hombre de barbas blancas
junto
a su perro.