La
luz rasante del atardecer crea siluetas de estos cazadores del antifaz,
salvajes y bravíos Alcaudones reales que comparan, orgullosos, sus garras de uñas
aceradas con los alambres de
espino. Sus reclamos de amor celebran la inminencia del solsticio de
invierno y con este el aumento de las horas de luz para sus razias cinegéticas
en pro de un noble objetivo: el de perpetuar su especie, prolongando así su estirpe con una o dos polladas al año,
siempre supeditadas a las lluvias de otoño e invierno.
Separados
por un verano seco y estéril, han vivido solos, cada uno por su lado, como dos
anacoretas silenciosos y aguerridos.
En
esta época del año e impulsados por la lluvia, el verde y la luz de los días
que se van dilatando, aparece el embrujo del implacable acercamiento amoroso que
suaviza su carácter agresivo y hace audible su canto.
El
macho en vuelo monocromo y rasante, recorre infatigable sus atalayas de balos, veneneros y
paredes, lanzando sus reclamos de amor para las hembras, pero que se tornan en
advertencia para los machos que osen acercarse a sus dominios. Las
Currucas tomilleras, con sus moñas
conspicuas, lanzan también sus virtuosos trinos al aire; los sempiternos Cernícalos se van acercando poco a poco
y se les ve en postes y tendidos mirándose embrujados, marcando los preludios de sus cópulas delirantes. En el horizonte crepuscular,
una poderosa hembra de Halcón de Berbería juega a dejarse perseguir, en un
vuelo fugaz como la muerte, por un grácil y delicado macho.......¡¡¡ La época de
cría esta servida !!!
Los
Alcaudones
acortando
distancias
luz
de atardecer
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